¿Moverse para pensar mejor? La ciencia se divide ante la relación entre ejercicio y capacidad mental
Una disputa académica revive el debate sobre cuánto influye el cuerpo en la mente.
El vínculo entre entrenamiento físico y desarrollo cognitivo parecía sellado hasta hace poco. Numerosos estudios habían respaldado la idea de que mover el cuerpo ayudaba a pensar mejor, con mejoras notables en la memoria, la planificación y la atención. Incluso organismos internacionales como la OMS promovieron el ejercicio como una herramienta beneficiosa para la mente. Pero la solidez de esa conexión está hoy en entredicho.
La polémica se encendió con una revisión publicada en 2023 que cuestionó las evidencias científicas que sostenían esa teoría. El estudio, liderado por el investigador español Luis Ciria, filtró más de 20 metaanálisis previos y concluyó que el efecto del entrenamiento sobre las funciones cognitivas no era tan concluyente como se creía. Para Ciria, los beneficios atribuidos al ejercicio podrían estar más relacionados con factores externos que con el movimiento en sí.
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Desde entonces, la discusión ha dividido a la comunidad científica. Algunos expertos defienden que los criterios de Ciria son demasiado estrictos y excluyen actividades con evidente impacto mental, como los deportes de equipo. Otros coinciden en que es necesario refinar los métodos para separar lo físico de lo cognitivo, aunque reconocen que lograrlo es complejo: incluso correr o levantar pesas implica una participación activa del cerebro.
Más allá del músculo
El debate va más allá de la estadística. En el fondo, se trata de entender cómo influye el entrenamiento en nuestro cerebro. Algunos estudios recientes apuntan a un posible mecanismo: la liberación de BDNF, una proteína vinculada a la plasticidad cerebral. Aumentar esta sustancia, dicen, podría mejorar la memoria y el aprendizaje. Sin embargo, los críticos ven en estas hipótesis un camino todavía especulativo.

Mientras tanto, nuevos trabajos siguen alimentando el interés. Una revisión publicada en 2024 reveló que programas de entrenamiento físico mejoran el coeficiente intelectual de niños y adolescentes en cuatro puntos promedio. Para investigadores como Javier Morales, esto equivale a casi un año completo de escolarización. El hallazgo refuerza el papel del ejercicio como un recurso pedagógico y no solo como promotor de la salud.
Más allá del laboratorio, muchos defienden que el verdadero valor del deporte no se limita a lo neurológico. La salud, el bienestar emocional, el sueño, la alimentación o el entorno social suelen mejorar con la actividad física. Y puede que ahí resida su mayor poder: en cómo nos transforma como personas, más que en cuánto sube nuestro CI.
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Así, aunque el debate metodológico continúe, la invitación parece clara. No hace falta resolver todas las incógnitas científicas para que el entrenamiento sea un aliado de nuestra salud física y mental. Al fin y al cabo, moverse sigue siendo una de las mejores decisiones para el cuerpo… y quizá también para la mente.
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